La historieta en Chile: Cien años de viñetas

El cómic chileno está de aniversario. Por lo menos esa es la premisa que se tiene por parte de algunos medios y entidades que están organizando los festejos por estos 100 años. Se han montando una serie de actividades que ya comenzaron la semana anterior, les dejamos con una nota originada en el diario El Mercurio.

Si se quiere ser exacto, habría que esperar hasta el 24 de junio para celebrar el cumpleaños número cien de Von Pilsener, el primer personaje del cómic chileno. Sin embargo, el festejo de su cumpleaños, y con ello el contenario de la historieta local, se adelantó. La inauguración de una estatua dedicada al barrigón alemán en la casa de la cultura de San Miguel, ya dio inicio al año de las viñetas nacionales.

Bastante tinta ha corrido desde que Fray Pedro Subercaseaux, inspirado en la sátira germana, publicase su crítica a nuestra sociedad en las páginas de Zig-Zag. Era Chile mirado con los ojos foráneos. Pese a que aún faltaban algunos elementos de la historieta tal cómo es hoy -los textos, por ejemplo, se ubicaban al pie de cada viñeta-, ya mostraba algunas de las características del lenguaje, como las líneas cinéticas y la continuidad entre cuadros.

Los albores del tiempo

El público, que hasta entonces sólo conocía las caricaturas sin historias, rápidamente le cogió el gusto a este nuevo género. Ya en 1908 el mercado había crecido más allá de la revista fundada por Augustín Edwards MacLure y comenzó a diversificarse. Así aparecieron publicaciones como el Corre Vuela, de sátira política para adultos, o el famoso Peneca, dirigido a los niños. Seguiría Monos y Monadas en 1910. Por ese entonces las tiradas de las revistas superaban los cincuenta mil ejemplares y los caricaturistas sumaban cientos. Dibujantes como Tom -autor de decenas de historias del Peneca, como Quico y Caco-, Moustache o Pug fueron las estrellas.

Por ese entonces era frecuente que se copiaran personajes extranjeros, como Los niños terribles, adaptación de la tira norteamericana The Katzenjammer Kids. «Estábamos influenciados siempre por los personajes que llegaban desde afuera -recuerda Percy, creador de Pepe Antártico-. Estaba por ejemplo El hijo adoptivo. Aquí lo introdujeron con textos chilenos y lo llamaron Quintín el aventurero».

Él mismo formaría parte de la siguiente hornada de autores en la década del 30 y el 40. La gama de historias iba desde lo infantil hasta lo picaresco y la famosa sátira política. De hecho, en 1931 aparece la más conocida de todas las publicaciones del género: Topaze. Autores como Fantasio y Alhué marcaron la vida republicana.

El Ratón Mickey, Popeye, Madrake y el Fantasma, personajes de la edad de oro estadounidense, llegaban a los chilenos de manos de la editorial Ercilla. Los dibujantes nacionales contraatacaban con los que serían los clásicos criollos. Siempre apegados al estilo de la caricatura y con el humor como eje nacieron Juan Verdejo (Fantasio, 1932), Pepe Antártico (Percy, 1946) y Condorito (Pepo, 1949). Este último fue, de hecho, una respuesta a Disney por el pobre personaje que representaba a Chile en Saludos Amigos.

Los años dorados

La sociedad de masas de los ’50 y los ’60 potenció todos los medios y llevó a la historieta a niveles que jamás volvería a alcanzar. Las dueñas de casa, los padres, los niños, todos contaban con al menos una publicación, y todas incluían tiras cómicas. Barrabases (Guido Vallejos, 1954), con la pasión futbolera, y Mampato (creado por Eduardo Armstrong y Oscar Vega en 1968 y continuado por Themo Lobos, quien lo hizo famoso y le agregó personajes como Rena, la chica del futuro), con sus aventuras en el tiempo y el espacio, son dignos representantes del esplendor de aquellos días. La estética, si bien aún se nutría fuertemente de los caricaturistas norteamericanos y europeos -Mampato, por ejemplo, estaba inspirado en las historias de Asterix y la imagen de Daniel el travieso- ofrecía una pléyade de estilos y contenidos. Desde la ciencia ficción, con publicaciones como Robot o Mundos Fabulosos, hasta el terror, con la adaptación del Dr. Mortis.

El gobierno de la UP cambió el panorama al mezclar por primera vez la política en las páginas, más allá del humor. La mayoría de las editoriales fueorn intervenidas y se supervisaron los contenidos, se crearon y suprimieron personajes. Zig-Zag fue transformada en Quimantú. Un equipo de sociólogos estudiaba los guiones y los adaptaban a las necesidades del nuevo pensamiento. Personajes emblemáticos como El Jinete Fantasma perdieron todo protagonismo ante los nuevos, como El Guerrillero y otros, como el, El Intocable (la versión local de Tarzán), ya no volverían a ser los de antes. Germán Gabler, guionista, recuerda que la empresa se llenó de gente de dudoso talento artístico, cuyos objetivos no tenían nada que ver con el cómic.

Pese a la politización y las bajas en las ventas, la industria aún se mantenía. Su muerte no vendría sino hasta 1973. Esta vez fueron los militares quienes intervinieron las editoriales y despidieron a gran parte de sus empleados. Quimantú se convirtió en Gabriela Mistral y cerró en 1982 tras una larga agonía. El siniestro Doctor Mortis y Mampato continuaron por algunos años antes de desaparecer. El mercado fue quien dio la estocada final. «Recuerdo que la imprenta Antártica me dijo un día: ‘vamos a dejar de imprimir el Pepe Antártico, porque los ‘fideos tanto’ ocupan las máquinas’, recuerda Percy.

Underground

Ahogados por el régimen autoritario, los jóvenes de los ’80 desarrollaron movimientos contestatarios en todos los ámbitos. En la escena del cómic surgió el underground. Dibujantes llenos de rabia y ganas de manifestarse hicieron del lenguaje de las viñetas una ventana de catarsis.

Las influencias extranjeras impulsaron la creación y experimentación de los autores locales. Dibujantes europeos como Moebius y Manara, revistas Argentinas como Fierro y el under norteamericano con Mad, calaron hondo en los jóvenes.

«No éramos ya los niñitos que consumíamos superhéroes ni aventuras espaciales o de la Segunda Guerra -comenta el guionista Udo Jacobsen en su artículo Mirando atrás-. Habíamos crecido y habíamos leído a otros autores que, por milagro, comenzaban a aparecer en alguna que otra librería o en manos de alguien que viajaba al extranjero y traía alguna de esas maravillosas revistas para adultos».

El contenido de las revistas, sus nombres, su dibujo, todo era reaccionario. El sexo y los personajes desarraigados, lo fantástico y lo sobrecargado llenaban las páginas de Beso Negro, Ácido, Trauko, Matucana o Bandido.

La más emblemática, Trauko, nació inspirada en la «movida española» y alcanzó los 38 números. En sus páginas aparecieron autores como Félix Vega, hijo de Óscar, quien ahora reside en España y es mundialmente conocido por su Juan Buscamares. Karto (autor de Kiki Bananas, «sex symbol» de entonces), Yo-Yo, Clamton (con sus visiones oníricas y surrealistas), Juan Vázquez y otros formaron parte de esta generación en que el fanzine, publicado en fotocopias y vendido de mano en mano o en las escasas comiquerías, fue la principal forma de llegar al público.

Tras la tormenta

Muchos de los veteranos del underground critican que en los ’90 el cómic nacional cayó en una etapa «light». Los contenidos, una vez que regresó la democracia, se tornaron menos contestatarios y muchos buscaron recuperar la industria perdida, explotar vertientes más «comerciales» y apelar a públicos nuevos.

Jucca -creador de Anarko, uno de los autores ícono del período- opina que, en realidad, no hubo grandes cambios. «Para mí hay dos épocas. Antes del ’73, con el cómic de editorial; y después con el independiente, en el que cada uno hace lo que puede». Para Christiano, autor de Pato Lliro, el cambio estuvo en la dispersión de contenidos, autores y estilos. Sin embargo, ambos autores -característicos del cómic que resaltó la marginalidad de la brecha 80/90- tienen una opinión pesimista del presente y futuro de la historieta nacional. «Mientras no exista alguien que invierta, no pasará nada», sostiene Christiano. Jucca ve una falta de profesionalismo en las generaciones presentes. Francisco Conejeras, quien a principios de los ’90 formó la revista El Carrete (que devendría en El Carrete y La Mancha, fusionando la música y las viñetas), es más optimista. «Antiguamente se jugaba mucho con los egos. Ahora hay más respeto».

Los colectivos, como Ergocomics (quienes mantienen el sitio http://www.ergocomics.cl) , La Nueva Gráfica Chilena y Kiltraza, son ejemplos de ese espíritu cooperativo. Existen también algunos proyectos editoriales que buscan trascender y superar el estigma que los fracasados intentos de los ’90, como Dédalos, Diablo o el reciente Santomas, que no pudieron mantenerse en circulación. Caleuche Comic es tal vez el más destacado de ellos.

Producida desde Talca, con la colaboración de guionistas y dibujantes de todo el país, ya están preparando su sexto número y gozan de una salud envidiable para una revista a todo color y de distribución nacional. Incluso están organizando un concurso a propósito del centenario.

Caminos alternativos

Sin embargo, vivir del cómic es aún un sueño lejano. Bien lo saben Pepi y Viky, del Grupo Acuarela, cultoras del estilo «manga» (estética japonesa que forma parte de las nuevas estéticas que siguen los dibujantes nacionales). Como la mayoría, aún pertenecen a la gente que debe autoeditarse y depende del fanzine para publicar (aunque internet ha significado una importante ayuda). Claro que la calidad de estas revistas «caseras» ha ido creciendo y hoy es posible encontrarse con productos como Tinta Negra o Informe Meteoro, cuyo precio es superior al de antes, pero cuyo nivel también lo es. «Aún estamos probando el medio y midiendo al público -confiesan las chicas de Acuarela-. Profesionalmente nos dedicamos a la animación».

Pese a que su grupo ha logrado autofinanciarse, ellas, como todos los ilustradores nacionales, aún dependen de otras actividades para subsistir. «Siempre va a haber pega para los ilustradores -sentencia Christiano-. El cómic es sólo una de las plataformas».

Entusiasmo y talento, pero poco apoyo, marcan el cómic nacional de hoy. Si después de cien años será capaz de construirse un nuevo escenario y surgir como actividad profesional, está por verse. Los creadores ya están trabajndo. Esperemos que el público les de su respaldo.

Andrés Valenzuela Turner

(*) Via diario.elmercurio.com
(**) de las imágenes: Ogu y Mampato, una viñeta de Von Pilsener, la añeja revista El Intocable y de lo más reciente, Tinta Negra.
(***) Las actividades, exposiciones, talleres y seminarios que se realizaran durante este año, las pueden leer en la siguienet web: ComicChile

3 respuestas to “La historieta en Chile: Cien años de viñetas”

  1. Alex Lagos Says:

    Hola, por muchos años en mi niñez coleccione Barrabases, hoy son un lindo recuerdo. Notable eran las aventuras futboleras de este gran equipo.

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  2. Kiltraza…. ahora los cacho más

    Princesa Canina

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  3. Hahahhahahaah… qué genial que el trabajo de uno sea leido y valorado.

    Yo soy el autor del artículo, Andrés Valenzuela. Muchas gracias por difundir el texto y ayudar al cómic latinamericano.

    ¡Sigan adelante!

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