El papá de Sampietri

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Es el creador de Sampietri, ese limeño pendejerete y criollazo, nacido de sus manos pero inspirado en una idea del famoso Raúl Villarán, director y fundador de Última Hora. Sampietri fue el personaje de tira cómica más popular del diarismo peruano durante el siglo XX.

Julio Fairlie es un hombre solitario. Hace más de dos décadas que vive en Punta Negra, el balneario al sur de Lima, y hace mucho tiempo que se alejó del periodismo. Hoy es un hombre callado que la mayor parte del día lo pasa descansando debido a algunas dolencias, y sólo sale de su casa en las tardes para dar largas caminatas por la playa. Quien lo viera pensaría que lo agobia la tristeza. Pero basta conversar un rato con él para darse cuenta de que, en el fondo y quizá a pesar suyo, es un tipo divertido.

“El Flaco”, como siempre lo llamaron, es el padre de un ícono de la historieta nacional: Sampietri, ese símbolo del criollo vivazo, el ‘paracaidista’ de cualquier reunión, el ‘perromuertero’ impenitente, el donjuán siempre enamorado aunque siempre soltero y sin compromiso. El personaje nació a comienzos de los años 50 tal como lo conocemos: terno oscuro, corbata psicodélica, macarios en punta, bigote de galán mexicano, cabellera larga y con copete. Un misio ganador, un sobreviviente.

La tira apareció en Última Hora, el diario popular que La Prensa publicaba y se originó de la inventiva de un monstruo de las redacciones: Raúl “El Gordo” Villarán. “Él me dijo: ‘Flaco por qué no te haces un personaje limeño, un vivo, un zampón, de esos que se meten a las fiestas para comer y tomar gratis’. Incluso me dio el nombre: Sampietri. Me recomendó pedir ayuda a Lucho Loli para las ideas, pero él nunca tuvo tiempo, así que lo hice solo. Y tuvo éxito”, cuenta Fairlie. Antes del pelucón de bigote, había creado otros personajes. Con este se ganó la posteridad.

La vida del artista

A los veinte años, Fairlie vivía en Arequipa, estaba casado y ya tenía un hijo. Sabía dibujar desde siempre y un día envió unas caricaturas a una revista chilena. Al tiempo llegó la respuesta: “Gracias por la colaboración”, con una modesta suma en dólares. Pero apenas había estrenado su condición de dibujante cuando su suegro le consiguió trabajo en una compañía del Cusco. “Le quitaron el puesto a otro para dármelo a mí. Eso no me gustó”. Así que estuvo poco tiempo y se fue.

Llegó a Lima en los años 40. Vino solo porque no podía traer a su familia, y aquí las vio negras. Al comienzo dibujó para revistas que morían al tercer, al cuarto número. Se hizo conocido en el ambiente periodístico, aunque su primer trabajo en serio fue en una agencia de publicidad. Allí entró como ‘free lance’ y resolvió con clase su primer encargo: hacer una imagen para un lubricante de Esso con la frase “Potencia silenciosa”. Dibujó un velero con las velas henchidas al viento y su idea gustó.
Él le puso precio a su trabajo: 500 soles, más o menos. “Estas loco”, le dijo otro dibujante. “Yo pensé que debía cobrar menos, pero al final me pagaron 12 mil soles. Un precio por el dibujo a lápiz, otro por dibujo a tiza y otro por el arte final”. Con eso pudo alquilar un departamento decente y traer a su familia. Ahí se hubiera quedado para siempre. Pero ese trabajo se acabó el día que hizo una caricatura para la revista Pan. “Alfonso Tealdo, que la dirigía, me pidió dibujar al musico Xavier Cugat, tocando rodeado de latas de leche, mientras unos niños famélicos lo miraban”. Eran tiempos en los que la leche escaseaba, estábamos en crisis y la caricatura salió en portada firmada por Fairlie. La agencia de publicidad, que era una transnacional, lo despidió por meterse en asuntos políticos.

Tiempo después llegaría a La Prensa, cuando la dirigía Eudocio Ravines y allí, por fin, le dieron espacio para que se le desbocara el talento. Allí tuvo “La página del Flaco” en el suplemento Siete Días y también hizo caricatura política para la edición diaria. “Ravines era un tipo hosco que no saludaba a nadie en la redacción y que podía romperle las carillas de un artículo en la cara a un redactor”. Otro recuerdo de su paso por el diario fue la vez que lo llevaron detenido ante el mismísimo Alejandro Esparza Zañartu, director de gobierno de Odría, por una caricatura. Esa vez el hombre más temido de la época lo guapeó por dibujar contra el gobierno, por burlarse de él y de varios ministros. “Yo dibujo lo que me piden, soy un dibujante”, le dijo “El Flaco”. “O sea que si te piden dibujar una… bien grande, ¿la dibujas?”, le dijo Esparza. “Si me pagan, sí”, dijo Fairlie. Y los dos se rieron. Al final lo soltaron.

Sin embargo, su leyenda empezó en Última Hora, en 1951, con la aparición de Sampietri, “el personaje más trascendental de la historieta nacional”, según entendidos en el tema, como Carlo Gonzales, de la Sociedad de la Historieta. “De manera admirable, el trazo grueso y las expresiones básicas con las que se construyen este personaje alcanzan de sobra para retratar la complejidad emocional de cualquier situación”, dice Carlo.

En algún momento Editorial Novaro, de México, quiso comprar los derechos de autor de Sampietri para internacionalizarlo, pero Última Hora no le permitió negociar por su cuenta a Fairlie. Al final Novaro se fue. “El diario quiso inmiscuirse en el contrato y acabaron negándome la oportunidad”, cuenta Fairlie melancólico. Sampietri vivió hasta los 80 cuando hizo una última aparición en un diario popular. Ya no era el mismo. Ese humor directo y sin doble lectura había pasado de moda.

Al pie del mar

La casa de Julio Fairlie en Punta Negra es de dos pisos, mira al mar y tiene en lo alto un Sampietri de madera que mueve los brazos con el viento. “El Flaco” lo hizo hace muchos años con sus propias manos. Es que Fairlie no es solo un dibujante sino un hombre inquieto y un artista. Su hija Mercedes cuenta que siempre ha tocado muy bien el piano y el acordeón, y es un apasionado del tango. Alguna vez también fue un motociclista de grandes distancias. Hizo muchos viajes al interior en moto.

Esos días están lejos. Desde los 80 en adelante se alejó del mundo periodístico y se dedicó a una afición que también lo jalaba desde joven: la pintura. En los últimos años ha vivido de eso. “Mis cuadros me ayudan a olvidarme de la enfermedad, me dan alegría”, cuenta. La tristeza lo cogió del cuello primero cuando vendió su casa y puso la plata en CLAE. Perdió todo. “Eso me fregó al carácter”, cuenta. El segundo golpe vino con la muerte de su esposa hace siete años. “Ahí me deprimí”.

Ahora los achaques lo persiguen. La última vez que se enfermó fue hace un mes. Sus riñones no están bien, tiene una lesión en las costillas, en fin, varias cosas. Hoy su vida transcurre tranquila en el segundo piso de su casa. Sabe que lo recordarán por Sampietri, pero apenas ha guardado unas cuantas tiras de por lo menos siete mil que publicó. Ni siquiera tiene fotos junto a los colegas con los que hizo periodismo. “Él siempre ha sido así, un poco disperso”, dice su hija. Lo que más disfruta hoy don Julio, a sus 86 años, son sus largas y pensativas caminatas por la playa, todas las tardes.

Raúl Mendoza

Vía el suplemento Domingo del diario La República (28.12.08)

2 respuestas to “El papá de Sampietri”

  1. Luis Olivera Says:

    Yo me acuerdo mucho de esa tira cómica, era mi favorita lo leía todos los días al comprar el «Ultima Hora» para mi Padre. Me trae buenos recuerdos de mi niñez allá por años 70’s

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  2. LITA CASTRO Says:

    Me acuerdo mucho de niña esperando ansiosa el periodico que traia mi abuelo para leer la tirita comica todos los dias.
    Fue fastastico en esos tiempos .
    LITA

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