Archivo de Donald

El cómic rinde homenaje a los dibujantes de Disney

Posted in Publicación with tags , , , , , on marzo 23, 2009 by ::LiveUnder::

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El mundo del cómic rinde homenaje a los autores que dibujaron durante décadas a los míticos personajes de Disney con la colección ‘Hall of fame’, de la que se publica ahora el primer volumen, dedicado al chileno Víctor José Arriagada y a sus historietas protagonizadas por el Pato Donald.

Vicar, como se ha dado a conocer el dibujante Víctor José Arriagada, es uno de los artistas que dieron vida a Donald y otros patos de la factoría y se le considera deudor del «estilo Barks», que convirtió a Donald en protagonista de sus propias historias.

El Pato Donald nació en 1934, en el cortometraje de animación «La gallinita sabia». Meses después, hizo su aparición en tiras cómicas, hasta tener una página propia en un diario estadounidense. En la década de los cuarenta, llegó a superar la popularidad del ratón Mickey, protagonizando un mayor número de animaciones.

El primer volumen de «Hall of fame» (Planeta) recoge las mejores historias del dibujante, escritas por él o por otros guionistas vinculados a Disney, como el inglés Donne Avenell, la canadiense Gail Renard y el danés Gorm Transgaard.

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El buen dibujante del pato Donald

Posted in Autores with tags , , on diciembre 7, 2008 by ::LiveUnder::

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Lo cuenta Robert Crumb recordando su infancia en la América de los cincuenta: los hermanos Crumb, como casi todos los niños de entonces, leían cómics de Disney y les gustaban muy en particular las historietas de Donald y del Tío Gilito (para ellos Uncle Scrooge) realizadas por quien ellos, a falta de otros datos, llamaban simplemente ‘el buen dibujante’ de Donald, aquel cuyo estilo descollaba con claridad entre los de los demás artesanos de la factoría Disney. Era política editorial de ésta difundir exclusivamente el nombre de su propietario, es decir, el de la empresa, así que publicaba todos sus cómics sin firma. Ni Crumb ni ningún otro lector conocía por entonces el nombre de aquel artista, pero los chicos distinguían su dibujo y su modo de contar, y los apreciaban.

Carl Barks (1901-2000) se ganó la estima de los lectores mucho antes de que éstos supieran nada de él y consiguió, pese a la anonimia que la compañía Disney impuso a su tarea, hacerse un nombre y una reputación de autor.

Barks comenzó a trabajar para los estudios de animación Disney en 1935, después de ganarse el pan en mil empleos distintos. En 1943 compuso para sus revistas la primera del medio millar de historietas del pato Donald y compañía que, en entregas de diez páginas, ideó y plasmó sobre el papel hasta su jubilación en 1966. Él dio vida a buena parte de los secundarios del famoso pato, el más notable de ellos el Tío Gilito, e inventó Patoburgo, su ciudad. Y, como era norma en la industria del cómic, sólo cobró como trabajador a destajo, una cantidad fija por página, sin derecho a firma. Pero la cualidad de sus ideas, su habilidad para dotar de sentimientos y relaciones a los personajes, más allá del simple gag, y, sobre todo, la vivacidad y la expresividad de su dibujo transparentaron la personalidad y el talento de aquel artista desconocido.

Cuando dejó de dibujar para Disney, el jubilado Barks obtuvo autorización -por un tiempo- para seguir realizando ilustraciones y pinturas al óleo con sus personajes. Para entonces, su prestigio entre los que habían sido sus lectores era tan sólido que dichas obras le aseguraron buenos ingresos hasta su muerte, aunque él mismo hubo de aprender a valorarlas. Según cuentan quienes le conocieron, cuando un admirador quiso comprarle un primer óleo, Barks le preguntó si 50 dólares le parecía caro. El comprador, ofendido, le contestó que prefería pagarle 150. Luego vinieron las subastas, que añadieron ceros a esa cifra. Barks ganó así, como ilustrador jubilado, el dinero que nunca cobró siendo asalariado de la Disney. En el despiadado mundo de la producción industrial de cómics de entretenimiento, Carl Barks representa la excepción del artista que gracias a su talento consigue sobresalir del engranaje y dejar constancia de su personalidad creadora.

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